En fechas recientes se ha asistido a un reverdecimiento inesperado del fenómeno OVNI. No
deja de resultar curioso que los fenómenos ufológicos nunca vengan solos sino que se produzcan, por
así decir, en oleadas. Además, es como mínimo intrigante que, al mismo tiempo que se suceden los
presuntos avistamientos de platillos volantes, las agencias militares y espaciales
históricamente involucradas en este tipo de asuntos decidan volcar informaciones relativas al tema
en las páginas de los periódicos después de tantos años de silencio. No es de extrañar, en
definitiva, que se abone así un terreno ya preparado de antemano para teorías de la conspiración.
En cualquier caso, este rebrote del fenómeno representa una magnífica ocasión para volver a
preguntarse: ¿qué son los platillos volantes?
En términos generales, por platillo volante se entiende cualquier
fenómeno luminoso de causas y origen desconocidos percibido por un observador, o por varios, en el
cielo. Hay quien defiende que se trata de algún tipo de nave espacial tripulada por seres
procedentes de otros planetas, criaturas
alienígenas
con inteligencia y tecnología muy superiores a la humana. Otra postura sostiene que no son más que
fenómenos naturales o bien objetos de origen terrestre, casi siempre vinculados a la industria
militar y los nuevos desarrollos tecnológicos en el ámbito aeroespacial. También se denomina OVNI
(acrónimo de Objeto Volador No Identificado) o UFO (del inglés Unidentified Fliying
Object).
Aunque algunos de los partidarios del origen extraterrestre del fenómeno
ovni, al menos en lo que se refiere a una parte de los avistamientos, defienden que existen
evidencias de encuentros con
razas alienígenas
en el legado artístico, cultural y literario de diferentes pueblos y culturas a lo largo de la
historia (piénsese, por ejemplo, en las pinturas rupestres que muestran dibujos con la forma de un
platillos volantes, como sucede en Altamira, o las extrañas figuras de las cuevas de Tassili, que
parecen evocar cosmonautas y seres de otros planetas, por no hablar de algunas descripciones de
difícil comprensión en jeroglíficos egipcios, grabados mayas, el Ramayana, etc.), la creencia en
los
platillos volantes
es una historia que nace como tal en el siglo XX. De hecho, y sin que se pueda juzgar la siguiente
afirmación como una toma de partido en uno u otro sentido, el fenómeno no deja de presentar fuertes
paralelismos con otros elementos de la cultura popular moderna y urbana en la que se
inscribe.
Hay dos fechas clave que nos pueden ayudar a resolver la cuestión acerca de qué
son los platillos volantes. En 1932, el ingeniero e inventor rumano Henri Coanda comenzó en
Bucarest a desarrollar las aplicaciones aeronáuticas de uno de sus mayores descubrimientos físicos:
el denominado efecto Coanda . En pocas palabras, dicho efecto permitía la elevación vertical de
aparatos curvados o en forma de disco, así como su sustentación en el aire. Unos años más tarde, el
estallido de la Segunda Guerra Mundial impulsó la creación y desarrollo de armas desconocidas hasta
entonces. Al lado de los proyectos que se hicieron realidad, como los terribles cohetes V2 o la
propia bomba atómica sin duda el fruto más nefasto de aquella bárbara conflagración, hubo otros que
no acabaron de cuajar, aunque su semilla no se perdió. Así, los nazis, en colaboración con el
fabricante Skoda, trabajaron en Praga en un proyecto muy similar al concebido por Coanda: aparatos
voladores en forma de platillos que estaban llamados a revolucionar la tecnología aérea, y a los
que posteriormente se los denominaría
OVNIs nazis.
La Alemania nazi, presionada en ambos frentes, no tuvo tiempo para desarrollar completamente muchos
de sus temibles proyectos militares y destruyó las pruebas para que no llegasen a manos enemigas.
Sin embargo, tanto EE.UU como la URSS iniciaron una carrera para apropiarse de la mayoría de
científicos que participaron en los experimentos y el conocimiento que permitió la construcción de
los primeros platillos volantes, según acreditados testigos que los vieron en la base nazi de
Praga, nunca se perdió.
El 24 de junio de 1947 representa la otra fecha clave en la historia de lo que
globalmente se puede llamar fenómeno ovni. Ese día, el piloto norteamericano Kenneth
Arnold afirmó haber visto, mientras sobrevolaba la cordillera de las Cascadas, en el estado de
Washington, nueve insólitos objetos, muy brillantes, con trayectorias erráticas y desplazándose a
velocidades imposibles para la aviación de la época. A él debemos la expresión platillo
volante, aunque al parecer se trató de un malentendido o, por mejor decir, de una glosa
periodística. Un diario local recogió las declaraciones de Arnold en las que el piloto intentaba
describir las extrañas apariciones comparándolos con discos, platos, platillos (saucer en
inglés) e incluso objetos en forma de medialuna. Al mismo tiempo, describió su movimiento
declarando que era similar a la trayectoria de las piedras que rebotan sobre la superficie de un
estanque, o bien like a fish flipping in the sun, o bien como a saucer skipped across
water, expresión que puede traducirse como un platillo pasando (o rebotando, o
lanzado, o incluso saltando) a través del agua. El periodista que cubrió la
noticia, sin embargo, se quedó con la imagen, ciertamente poderosa para la época, de una especie de
platillo volador (flying saucer), una expresión afortunada si consideramos lo pronto
que se popularizó en todos los idiomas del mundo.
Apenas una semana después de que por primera vez un periódico local informase en
sus páginas de platillos volantes, otro acontecimiento iba a causar una profunda impresión en la
opinión pública norteamericana. Curiosamente, si el avistamiento del piloto Kenneth Arnold se
produjo cerca de la frontera canadiense, en el extremo noroccidental de EE.UU, en esta ocasión el
escenario se trasladó hasta un punto no demasiado alejado de la frontera mexicana. En efecto,
Roswell, lugar de los hechos, era por entonces una pequeña localidad dormitorio en medio del
desierto, con multitud de ranchos en sus alrededores, ubicada en el estado norteamericano de Nuevo
México. Pero en Roswell contaba también el Ejército estadounidense con una importante base aérea,
sede principal del 509 Escuadrón de Bombarderos. Esta unidad militar de élite, la única
preparada para operar con armamento nuclear, había sido la responsable, en fin, del lanzamiento de
las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, tan solo dos años antes del que sería
conocido como incidente Roswell.
Los hechos se desencadenaron un día de principios de julio de 1947, cuando una
especie de artefacto aéreo de gran tamaño y color plateado se estrelló a la afueras de Roswell,
causando un estruendo notable en varias millas a la redonda. William Mac Brazel, un ranchero de la
zona, recogió algunos fragmentos del aparato accidentado, informando al sheriff local. Este,
a su vez, comunicó el hallazgo a los mandos de la base militar. Hasta aquí, los hechos están
relativamente bien documentados. Como lo está la primera y sorprendente reacción de las autoridades
sorprendente al menos si se tiene en cuenta la forma de actuar a partir de entonces y hasta la
fecha en otros casos similares, publicando un comunicado en el que literalmente se decía que un
flying disk (un disco volador) había sido encontrado en las inmediaciones de un rancho de Roswell.
La noticia llamó enseguida la atención de la prensa y el 8 de julio de 1947, como se puede
consultar en las hemerotecas, la mayoría de periódicos estadounidenses abrieron sus portadas
haciéndose eco de tan extraño acontecimiento. Tan solo 24 horas después del comunicado inicial, sin
embargo, las autoridades se retractaron: lo que se había hallado en el desierto de Nuevo México no
sería más que un globo meteorológico. Esta fue la versión oficial que se mantuvo durante décadas y,
de hecho, hasta finales de los años setenta la pequeña ciudad de Roswell no sería objeto de
especial interés en el ámbito de la
ufología.
Todo cambió en 1978, cuando el científico (y no está demás subrayar este punto: se trata de un
reputado experto en el campo de la física nuclear aplicada) Stanton Friedman entrevistó a
Jesse Marcel, quien en 1947 coordinaba los asuntos de inteligencia en la base área de
Roswell como uno de los oficiales al mando. Jesse Marcel, que se trasladó al lugar del accidente
poco después de haberse producido, le describió a Friedman los restos que encontró, restos que en
absoluto parecían ser los de un simple globo aerostático o metereológico. A partir de entonces,
Friedman desarrolló la teoría de que lo ocurrido en
Roswell
no fue sino el accidente de una nave extraterrestre y el ulterior encubrimiento por parte de las
autoridades estadounidenses. El científico y ufólogo va más lejos, asegurando que el Ejército no
solo recuperó material alienígena, sino también los cuerpos de los tripulantes.
Otra versión relaciona lo sucedido con el proyecto Mogul, un proyecto
secreto puesto en marcha por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos precisamente en 1947. En pocas
palabras, el proyecto consistía en espiar posibles ensayos nucleares de la URSS mediante una
especie de globos sonda de largo alcance dotados con un equipamiento que les permitía detectar los
temblores de tierra causados por la explosión de una bomba atómica. Las propias Fuerzas Aéreas
reconocieron, muchos años después, la existencia del proyecto. Es más, en un aparente ejercicio de
transparencia confesaron a finales de los noventa que detrás del incidente Roswell
no estaba sino la colisión de uno de dichos globos. Sin embargo, las notables incongruencias del
relato presentado llevó a la mayoría de expertos e investigadores a dudar del mismo. En definitiva,
el velo de misterio que rodea los acontecimientos de Roswell parece que todavía se mantendrá en pie
durante mucho tiempo.
Como seguramente seguirá sin resolverse la pregunta de nuestro epígrafe: ¿qué
son los platillos volantes? En los párrafos anteriores hemos hablado de investigación militar y
extraterrestres, los dos marcos explicativos que cuentan con un mayor número de partidarios a la
hora de enfocar el fenómeno ovni. Por otra parte, aunque en este artículo se ha hecho uso de ambos
términos como si fueran sinónimos —es lo habitual: recordemos que el acrónimo inglés ufo y
su correspondiente español ovni se crearon específicamente para sustituir esa expresión de
«platillo volante»
con el propósito de poner en circulación un término neutral, no tendencioso y exento de
arbitrariedad—, cabría también la posibilidad de dotar al término «ovni»
de un alcance mayor y restringir el significado de «platillo volante», convirtiendo el primero en
un concepto genérico que englobaría todos aquellos fenómenos que se producen en el cielo y cuya
explicación permanece ignota para el observador (incluyendo así fenómenos naturales que
envolverían, en realidad, causas de tipo atmosférico y meteorológico) y restringiendo la etiqueta
de «platillo volante» a todo aparato volador de naturaleza indubitablemente artificial, pero cuyo
origen y finalidad resultan ambiguas para quien lo contempla.